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CONVIVENCIA DE NAVIDAD

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Dado que el último jueves del mes corresponde a las vacaciones de Navidad, la charla de formación de diciembre se adelantó al sábado día 16. La ponencia estuvo a cargo de nuestro consiliario, D. Fernando Cruz-Conde, que hizo una preciosa reflexión sobre el significado de la Navidad.

Comenzó exponiendo cómo en el designio divino, puesto que el pecado había entrado en la Humanidad por nuestros primeros padres, y por él fuimos todos condenados, era necesario que Dios se hiciera hombre como nosotros para poder salvarnos, de modo que por su sacrificio nos salváramos todos.

Una vez que María da su consentimiento para la Encarnación, es muy importante el papel de José, que acepta la misión de ser custodio del Salvador desde el primer momento, porque era un hombre justo, es decir, lo que en el Antiguo Testamento se entiende como santo. Cuando el texto evangélico dice “no quería denunciarla” hay que entender más bien que decide conservar el secreto; es decir, que María le ha contado lo que pasó con el Anuncio del ángel y José la creyó, en un acto de fe, porque era justo. En seguida se convierte en custodio de esa criatura que ha de venir. Lo vemos en el cuadro de la Visitación que está en el Juramento, en el que José acompaña a María a atender a su prima Isabel. Al contrario que Zacarías, José cree desde el principio. En todo caso, quiere retirarse, porque no se cree digno del misterio que guarda María, pero el ángel le dice en sueños que lo acepte y cumpla su responsabilidad paterna como varón de la casa de David, para que se realice la Escritura.

Hay una tradición muy bonita, que ya la había comentado con los peregrinos en Tierra Santa, según la cual el rostro de Moisés resplandecía, después de su encuentro con el Señor. Cuánto más habría de resplandecer el de María, que tenía en sus entrañas al Hijo de Dios. José no pudo negarse a aceptar el misterio. Se convierte, en efecto en custodio de los dos grandes tesoros de Dios que tenía en casa, el Niño y su Madre.

En todo el pasaje de la Navidad, la idea que transmiten los Evangelios es la de alegría. Lo primero que Gabriel le dice a María es “Alégrate”. Isabel grita de alegría ante la visita de su prima, mientras que el niño Juan, salta de alegría en su vientre, al notar la presencia del Salvador en los inicios de su gestación como Hombre. María exulta de alegría en el Magníficat. La alegría de los no nacidos nos muestra también la importancia de la vida desde el comienzo de la concepción. Los ángeles transmiten la alegría a los pastores al darles la noticia del Nacimiento.

Otro aspecto de interés es la confianza en la Providencia. José es consciente de que para Dios no hay nada imposible. José y María viven en Nazaret y, aunque sabrían que el Mesías iba a nacer en Belén, no pierden la fe: Dios proveerá, como decía Abrahán. Y, en efecto, un edicto al fin del embarazo les obliga a ir a censarse en Belén. Dios ha actuado. Y luego, por respeto a la propia ley, María se retira a la cuadra de la casa y pone al Niño en el pesebre. En la alegría de su anuncio, el ángel dice a los pastores que vayan a ver al Niño, envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Y los pastores acuden con fe a conocer al Salvador que les ha nacido. Luego vuelven dando gracias, llenos de alegría.

Dios se manifiesta de forma humilde, le gusta la humildad. La Virgen María da gracias a Dios, porque se ha fijado en la humildad de su sierva y la ha preferido entre todas las mujeres.

A veces olvidamos que Dios actúa desde la humildad y se oculta en el silencio. Nos parece que Dios no actúa cuando nos suceden desgracias y perdemos con frecuencia la fe en su Providencia: “Mis caminos no son vuestros caminos”. El Señor nos sorprende siempre, por eso debemos poner en Él nuestra fe y confianza. Por mucho que nos parezca que las cosas van mal, no podemos perder la alegría y la confianza, porque el Señor siempre querrá lo que más nos convenga, aunque no seamos capaces de percibirlo.

El pesebre es también signo de austeridad y pobreza, algo que en el mundo actual hemos olvidado. Vivimos presos del materialismo, tanto en su versión marxista, como en la capitalista, donde se nos enseña que hemos de consumir y poseer, porque si no, no somos nada en la sociedad, Esto afecta también al mundo de las cofradías. Por eso es bueno recordar la austeridad. Es cierto que el Santo Cura de Ars decía: “Lo mejor para Dios”. Y en eso hace mucho el arte al servicio del culto. Pero no es menos cierto que a veces las cofradías lo hacen por presunción, por competencia, por orgullo personal y eso no es para alabar a Dios.

Es necesario recordar que San Francisco se enamoró de Cristo, pero de Cristo pobre. Ciertamente la pobreza no es buena en sí, y por ello tratamos de aliviarla y evitarla; pero el peligro está en el apego a los bienes materiales. Por eso Francisco les recordaba constantemente a sus frailes: “Pesebre y cruz; pesebre y cruz”. Es necesario, pues, una cierta austeridad, para no entregar el corazón a las riquezas.

Se ha dicho que por muy austeros que seamos en este mundo occidental, no nos va a faltar algo de Purgatorio, porque nos sobra de todo, ponemos el interés en cosas no necesarias, que, sin embargo, son inalcanzables para el tercer mundo; vivimos con excesivas comodidades. Cuando las religiosas de Santa Teresa de Calcuta se instalaron en San Francisco, el arzobispo les dio una casa perfectamente dotada de comodidades, pero ellas decidieron renunciar a todo para vivir como lo hacen los pobres en la India. En España, las carmelitas de la Madre Maravillas decidieron renunciar a las comodidades del baño moderno, para vivir como Santa Teresa de Jesús, porque se podían asear con un barreño, sin necesidad de baño o ducha, que hoy día nos parecen imprescindibles. Solo hay que visitar cualquiera de los países de África Central para darse cuenta de cómo vive la gente y del derroche con que vivimos en Occidente. Por eso resulta necesario recordar a los demás algo de pesebre, un poco de austeridad.

Terminó D. Fernando resumiendo las ideas principales de su exposición: la alegría por el hecho de haber sido salvados, que debemos tener siempre presente, aun en los momentos de dificultad, y la confianza en la Providencia. En este sentido es ejemplar la actitud de Santo Tomás Moro, casado por dos veces, que se retiraba en la Cuaresma con los cartujos, condenado a muerte por su fidelidad a Roma en la Inglaterra de Enrique VIII, cuando le escribe a su hija desde la cárcel: “Nada puede sucederme que Dios no lo permita. Y si Dios lo permite, aunque nos parezca lo peor, será lo mejor para mí”. En los tiempos que vivimos es necesario no perder la alegría y tener esperanza, que es consecuencia de la fe, como virtud teologal, porque sabemos que Dios está con nosotros y nos dará la vida eterna. Él, que comenzó en nosotros la obra buena con el bautismo, la completará llevándonos al cielo, al final de los tiempos, como nos recuerda el Adviento.

Acabada la charla, continuaron los hermanos con la tradicional convivencia, para celebrar en comunidad la alegría de la Navidad, del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Laus Deo.