El sábado 27 de abril tuvo lugar la charla de formación mensual, que corrió a cargo de NH Gabriel Gisbert García, voluntario diocesano en la misión de Picota. NH Ana Luján informó en su día al hermano mayor de que NH Gabriel había estado recientemente en la misión de Picota. Este fue el motivo, como indicó en la presentación el hermano mayor, de invitarle a que nos hiciera partícipes de su experiencia misionera en Picota, dentro de la programación formativa de la hermandad en este curso.
Alberto Villar aludió en la presentación a que, en el anterior estatuto de la Hermandad Universitaria, el de 2006, se recogía la colaboración con instituciones de países que hubieran pertenecido en otro tiempo a la Iglesia española, es decir, una clara referencia a los países hispano americanos. De ahí la importancia de este testimonio misionero que, además, nos trae el grato recuerdo de quien fuera director espiritual de esta hermandad entre 2007 y 2009, el padre D. Antonio Reyes Guerrero, ahora responsable, junto con D. Nicolás Rivero, de la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Picota.
Comenzó el ponente dando las gracias, especialmente a su esposa, por haber favorecido su larga estancia en las tierras del Perú, en el mes de diciembre del pasado año, permitiéndole vivir esta experiencia misionera. Explicó que aquella misión surge de un acuerdo entre el prelado de Moyobamba y la archidiócesis de Toledo, al que se sumó la diócesis de Córdoba. Los sacerdotes de Córdoba pasan allí cuatro años de labor misionera, importantísima, pero llena de dificultades.
Las primeras dificultades son las propias de la geografía, que dota a la región de grandes bosques y caudalosos ríos. Las infraestructuras son mínimas, con numerosas aldeas unidas por caminos pedregosos, teniendo que salvar las corrientes por la propia agua, si la profundidad no es mucha, por plataformas flotantes que, unidas a un cable, transportan personas, animales y vehículos, o por puentes colgantes que solo admiten el paso de un vehículo en todo su recorrido.
La gente es muy sencilla y enormemente agradecida con el sacerdote, las veces que este puede ir en visita pastoral, porque lo común es que atiendan a los fieles un nutrido grupo de colaboradores residentes en cada aldea, ya que son un centenar de pequeños núcleos de población y solo dos sacerdotes. En las visitas, las familias se esfuerzan por retener al sacerdote y ofrecerle los mejores manjares que conocen, el cuy -un roedor- y el pollo, ricamente preparados.
Los problemas sociales son abundantes, no sólo por la pobreza, sino por las costumbres, que llevan en muchas ocasiones a la indefensión de la mujer, casada o violada cuando todavía es una niña. Las comunidades dirigidas por la misión en estas aldeas son un refugio de amor y compañía en los casos más dolorosos.
La riqueza de la vida parroquial da lugar a que crezcan el número de bautismos y, sobre todo, a que las parejas opten por el compromiso matrimonial mediante el sacramento. Promueven igualmente la formación de la infancia y la juventud y logran incluso reunir un buen número de monaguillos, alguno de los cuales se está preparando para entrar en el seminario.
Terminó la sesión con un pequeño coloquio y la habitual convivencia. En recuerdo de esta charla, el hermano mayor ofreció al ponente una guía de Tierra Santa y un rosario de Jerusalén.