ADIOS A FRANCISCO. BIENVENIDO LEÓN
El 21 de abril, lunes de Pascua, fue llamado el querido papa Francisco a la Casa del Padre, después de una larga enfermedad y de un pontificado rico y difícil, caracterizado por continuar reglamentando e impulsando las constituciones del ya lejano Concilio Vaticano II. Una adaptación heroica de la Iglesia a las costumbres que rigen la sociedad contemporánea, claramente apartada de Dios, con la idea de transmitirle esperanza, de inculcar a los fieles que la misericordia del Señor es infinita, que no somos quién para juzgar y condenar a los demás, que el tesoro de las sociedades no se encuentra en la rentabilidad y el bienestar, sino en los pobres, en los inmigrantes marginados, en los descartados, niños o viejos, por ser un estorbo. El Señor le regaló una Iglesia muy fiel, capaz de aguantar la tensión de la goma hasta el colmo de su elasticidad.
La pobreza franciscana que inspiró su doctrina y su pontificado encajó bien en nuestra hermandad, marcada por la austeridad de San Pedro de Alcántara, reformador de los franciscanos. Inició el pontificado en 2013, el año en que habríamos podido entrar en Carrera Oficial. Y desde el año siguiente, ya entre las hermandades del Martes Santo, hemos podido predicar nuestra carismática austeridad en un desierto en el que soplan los vientos en la dirección contraria.
El Santo Padre León XIV, tomando el relevo de Francisco en esta carrera para desarrollar el volumen escrito en el Vaticano II, lo expresaba perfectamente en la homilía de la Misa Pro Ecclesia, con los cardenales: “Dios, de forma particular, al llamarme a través del voto de ustedes a suceder al primero de los Apóstoles, me confía este tesoro a mí, para que, con su ayuda, sea su fiel administrador (cf. 1 Co 4,2) en favor de todo el Cuerpo místico de la Iglesia; de modo que esta sea cada vez más la ciudad puesta sobre el monte (cf. Ap 21,10), arca de salvación que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo. Y esto no tanto gracias a la magnificencia de sus estructuras y a la grandiosidad de sus construcciones —como los monumentos en los que nos encontramos—, sino por la santidad de sus miembros, de ese «pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz» (1 P 2,9).”
Y a continuación, define con precisión los retos planteados por el mundo en que nos ha tocado vivir, que no son muy distintos de los que se planteaban a los primeros discípulos de Cristo: “Hablamos de ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio y donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, o, a lo sumo, se le soporta y compadece. Y, sin embargo, precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente, porque la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad.
No faltan tampoco los contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre, y esto no sólo entre los no creyentes, sino incluso entre muchos bautizados, que de ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho.”
Damos gracias al Espíritu Santo por haber inspirado la elección de un nuevo sucesor de Pedro, nos unimos a la alegría de la Iglesia Universal y le expresamos nuestra adhesión filial desde este rinconcito de la Ciudad de Dios que es la Hermandad Universitaria de Córdoba. Laus Deo.